Parecía un día cualquiera, se sentía nerviosa, sabía que era diferente, eso la llevó al espejo, quería darse cuenta, confirmar su emoción frente a su rostro.
Soltó una carcajada, reía como nunca, era una risa entre nerviosa y alegre, salpicada de mayo y cierta tristeza, quiso decir algo y lo dijo pero balbuciente, intrigada al mirarse.
Cerró los ojos, sus padres tocaban a su puerta, no quiso abrir, estoy bien les dijo, los quiero. Miró el reloj, señalaba una hora de la madrugada.
Arropada, se dedicó a sus sueños, comenzó viendo unos zapatos de ballet a su medida, los colocó en sus pasos de baile, daba tantas vueltas que estuvo a punto de caerse de la cama.
De repente se vio entre nubes, aves aventureras la saludaban, tomó el liderazgo, sintió la frescura pero también la fuerza del viento y el cansancio.
Supo en esos vuelos que el mundo cambia, aprendió de la diversidad, observó el ombligo de la luna y volvió a casa.
En los jardines donde quiso meditar, eligió una banca roja. su perro, observándola, curioso se acercó, se sentó junto a ella, la sorprendió: De todos los nombres que me han puesto, sólo uno me gusta, dijo satisfecho, decírtelo es el regalo que te doy, pero sí, en realidad es mi regalo, condescendió. Cayó un silencio y un mango, se miraron, llamarón a las risas y llegó la carcajada.
Fue entonces que sus padres despertaron, el perro ladraba y aullaba, en realidad seguía riéndose, ella gritaba, movía sus manos, golpeaba la cama, su risa, era escandalosa.
Sus padres abrieron la puerta, vieron y oyeron su risa, una risa igual a sus risas, se juntaron, mamá bajó al perro que lamía la mejilla de su hija.
Esas risas la despertaron, se sintió abrazada, los tres en la cama, se decían palabras del corazón. El perro, encaminó a la salida como comprendiendo que lo esperaba la bandeja de las croquetas, ella lo detuvo, espera, quiero que escuches antes de irte.
Con una claridad insospechada, surgió su voz, suave y firme, ya sé que quiero de regalo, entonces ahora interrumpió su padre: detente, dijo: no lo digas, espérame.
Se levantó e hizo movimientos para poner un disco, regresó con un vals de fondo musical: Ya, conminó, dilo.
Mi regalo de quince años es… (Pareció eterno la fracción del tiempo que se consumía) que a mi perro ya no le digan… Y mencionó todos los nombres, uno a uno le hacían ruido en sus grandes orejas de mascota que atestiguaba el discurso. Cuando dijo el nombre permitido, voltearon a ver, el perro, dijo: sí, con voz clara. Sus padres no se sorprendieron de escucharlo hablar, ¿Si? Preguntaron al mismo tiempo y reían, todos reían. Bailemos entonces dijo el padre corriendo a la sala, felices.
GAPFER
*A Rebeca, con todo mi amor.
Dicen que de poeta y loco tenemos un poco, yo animado en mi locura, gusto de escribir desde hace algún tiempo. Ahora mismo comparto contigo en este espacio que nos junta con el mundo, la amorosa reflexión en esta obra sencilla, en la que encontrarás la profundidad de un corazón latiendo en la creativa escritura que emana como sonrisas festivas. Te agradezco por visitar las veces que desees esta boya que indica algo en el océano inmenso de las letras, como la cercanía a un Puerto de poetas donde las palabras son las olas que llegan refrescando el alma.
Yo soy a lo corto y a la distancia solo un puente entre el corazón y el pensamiento que hacen de el espíritu creativo la oportunidad para liberar al ser humano e integrarse plenamente.
Te abrazo fuertemente por ser ese buscador que encuentra y llega tocando con los brazos abiertos de su inquietud humana.
GAPFER.