AGONÍAS ESTACIONALES *
Se rasca la luna de tanta fortuna
y las dudas tuyas le enojan,
mueve las olas sembrando mareas que suenan,
porque tardarse en la soledad
atrae las penas que duelen más.
Este es mi rostro carcomido por la edad y la crítica amable,
por el Sol palideciendo en los atardeceres
que ocupan la atenta admiración por la naturaleza.
Joviales reflejos fueron los que abandonaron
paulatinamente el barco, más un capitán se mantiene erguido
por orgullos que han dado pauta a digna vida, a digna muerte.
Agonías estacionales,
conviviendo como cenas familiares,
doblan las esquinas de la casas
para descubrir emociones encerradas.
Arriba por donde indican los letreros
se sube por distintos medios,
hay cangrejos que aveces te tumban,
como en esas historias escolares.
El fracaso se odia en la indiferencia
de los vecinos colgando medallas
y carteles de largos éxitos,
sobretodo al observarte en el desierto, sediento.
Vociferaré en esas soledades que disfruto,
las palabras que tocan el corazón de las estrellas,
sus parpadeantes luces corresponden mis latidos.
Ya con los suspiros superados,
llenaré los pulmones con los más hermosos recuerdos,
de ellos tomaré el vital aire, su elegante energía.
Mientras el cuerpo no exija más atención que su disfrute,
el rumbo de la cotidianidad seguirá acostumbrada
a mantener distancia de las enfermedades.
Es en la salud donde se implica el vaivén de los quehaceres,
¿cómo llenar el ocioso espacio a la edad
que media entre la casualidad y el olvido?
No me sentaré a esperar otra puesta de Sol
ni a rescatar aquellas horas partidas
como rebanadas de pastel que me he comido.
Estoy esperándote sin las flores que se marchitan,
sin ensayar la sonrisa,
con los zapatos limpios pero sin lustro,
con ropa adecuada.
Y en realidad esperar es palabra incierta,
al menos hoy no indica eso,
he salido sin meta alguna,
acariciando este misterio.
Sabiendo en cada paso de la vida,
hacerme la ciudad y las palabras,
llenar los significados,
leer caminando, hacer contacto.
Estrechar las manos de todos,
expresarme intensamente,
ser el camino con sus árboles,
sus paseantes,
asfalto que sostiene pisadas optimistas y basura.
Me veo como avenida principal,
lleno de tráfico, miradas, ruido,
pausas breves de respiración agitada.
Me perdono por no caer en el primer banco disponible,
sigo los pasos que me llevan como tranvía de los años 50.
Tengo sí, mis propias dudas,
me digo como lamento de
ignorante viejo o de viejas ignorancias,
que me asaltan con mayor frecuencia.
Es difícil enfrentar dudas
con los otros que somos nosotros,
cuando se interponen esas redes
que tejemos diariamente.
Detrás de uno corre una larga
sombra que con la edad también avanza,
fastidiado de mirarla, se me reveló el secreto.
Esas ramas secas pareciera haberlas visto antes,
pero son diferentes,
es otra calle por donde no había venido.
La temperatura me hace los mandados,
me siento valiente, ni frio,
ni calor como en los dichos populares,
para reforzar el ánimo o recriminarte algo.
Parece común sin serlo,
ver mujeres con mi rostro,
niños con mi rostro,
hombres con mi cuerpo y una especie
de espíritus libres como el mío.
Que gusto es sentir cada paso sin cansancio,
me sorprende este nuevo ritmo,
tal parece que descubro el jazz improvisando.
Ya si alguien me busca,
encontrará en la imaginada travesía:
la ciudad, los pasos, las ramas secas,
la basura y quizás su propia vida.
He ahorrado hoy más lamentaciones que ayer,
parece que me he superado.
Fernando Galeana Padilla (GAPFER).