Quién no ha matado hormigas. (Cuento).
Quién no ha matado hormigas. (Cuento).
Por Fernando Galeana Padilla.
“Me diste al arrullarme
con tu rebozo, tu candor,
tu fantasía”.
Chilapa, canción de Pancho Padilla.
¿Las aves de la costa son pasajeras? Le vino en automático esa pregunta.
Cuando se manejan largas distancias suele darse un juego en el pensamiento, van y vienen como las aves de la pregunta que inicia esta historia.
Antolín Chautla, duró casi dos años sin un trabajo fijo, tres días después que la delincuencia incendió su local ambulante por falta de la cuota, un amigo cercano lo recomendó para un puesto en una compañía de paquetería, desde que hizo su primer viaje al ser contratado, padecía cada vez que lo enviaban a la capital del estado a hacer las entregas, se padecía a sí mismo. La camioneta como una política quizás de la empresa, no estaba equipada con radio AM /FM, o algún dispositivo para la distracción. Él sabía que dentro de la ciudad eso no molestaba tanto, pues con las distancias cortas mantenía su atención en seguir la dirección de los paquetes y lograba su control de las entregas. El problema se presentaba dos veces por semana cuando tenía que conducir por dos horas seguidas hasta llegar a su destino, entonces lamentaba no haber encontrado aún algún método para hacer callar su mente, le rebuscaban frases y palabras, la mayoría negativas, violentas, era una especie de memoria frustrada con una necesidad de arrojar a gran velocidad, quizás más rápido de la que conducía, todo lo que escuchaba interiormente, le hacía un gran ruido. Algunas cosas le atemorizaban, era una carrera por ir y volver a salvo, por más que hacia la yoga de la risa en el camino, su tranquilidad no avanzaba. Sumido en el asiento conductor y su mullido pensamiento, se golpeó dos cachetadas, ¡No más! Imaginaba que lo iban siguiendo, que le daría alcance un auto lleno de mafiosos y lo golpearían hasta el cansancio, le quitarían todos los paquetes, se veía ensangrentado, sudoroso con color dramático y sin habla, impotente mirando a sus agresores con absoluto detenimiento, una fracción de segundos en que siente los golpes pero no quita la mirada, los enfrenta sin decir nada porque no hay nada para decir en tal desconcierto, que paradoja: No puedo callar mi mente y en esas ráfagas violentas, no sale mi voz, se vuelve a cachetear, pita dos veces, tal vez así deje de pensar, se dice con desconsuelo.
“No te oigo” escucha la voz de su mujer, qué estará haciendo, seguro ya terminaría de vender y va de regreso a casa, quisiera estar con ella, cuidarla y que me vean, que no crean que está sola. Ya voy amor, no tardo, no tardo. ¡Qué va! Todo depende de otros después que entregue los paquetes, no logro encontrar la cura de esta rutina. Por unos segundos sintió cambios de temperatura que no eran precisamente del ambiente del camino, sintió un fuerte golpe, porqué me miras así le dijo su agresor, ¡arrodíllate y baja la mirada! ¿Te quieres morir? ¡Contesta! Sólo pudo mover su cabeza en negación, no hubo sonido, sentía que no tenía lengua, ninguna articulación pudo lograr.
Uno de los delincuentes le dio con la suela de sus botas por tres ocasiones, intercambiando el pie. Él sudaba igual cuando se pierde entre sus ideas y pensamientos, vio esas botas agresoras, las miró con un desencanto, con coraje, con cierto grado burlón por el mal gusto, eso le provocó una mueca de asco y quiso vomitar.
El estruendo de un disparo congeló sus gestos y detuvo el vómito. ¡No arranca la camioneta! ¡Vámonos! La pistola la sintió como si penetrara su frente ¡Mátame! ¡Mátame!
Escuchó el sonido de un llanto que corre como un río arrastrando frustraciones, habían confluido todos sus miedos.
Se sonó la nariz, iba más lento que de costumbre, lloraba, aparentemente tranquilo, aun así pensaba en morirse, ¿Quién quiere vivir de esta manera? Lanzó su descontento a quien corresponda, no se dio cuenta en el camino que recorría, de un paisaje maravilloso, muy ajeno al contexto social.
Logró llegar como si nada a la oficina, le recibieron con la atención de siempre, con el papeleo y retraso en la documentación.
Generalmente le quedaban algunos minutos para reponerse del viaje y regresar con otros encargos. Don Tino, nativo de Chilpo, le preguntó y… ¿cómo andan las cosas por allá?
No pudo ocultar su enfado y de mal gana le dijo pues igual que aquí, qué no lee los diarios o se actualiza en las redes sociales. -pues sí, pero no hay como saber de ti directamente, amigo.
A mí no me gusta hablar de eso, ni leo los periódicos, ni oigo ni veo noticieros, ¡Estoy podrido de cuánta mierda dicen! Parece que nunca va a acabar.
Si ya lo creo, dijo Don Tino, pero esto no tiene comparación, aquí ayer agarraron a unos, fue como un milagro porque tenía tiempo que a nadie detienen. A uno le preguntaron en su interrogatorio ¿Ha usted matado a alguien? ¿Cuántas personas has asesinado?
El sicario contestó con otra pregunta ¿Quién no ha matado hormigas? No sé si su respuesta involucra su grado de inconsciencia o es la única manera de responder a ese tipo de violencia institucionalizada.
El sonido de aquel disparo que ensordeció a Antolín vomitando miedos, resonó como maldiciendo haber escuchado un insulto más a su inteligencia, Don Tino rápidamente le acercó una silla ¿Estás bien compañero? Si, reaccionó él, confirmando con un movimiento de manos.
Una locura ¿verdad? Siguiendo la conversación comentó Don Tino, la gente de aquí ya se acostumbró, cada quien tiene su estrategia de seguridad, tantas como las que han difundido con bombo y platillo cada gobierno que pasa sin ver. A mi mujer tampoco le gusta que le diga de estas cosas pero entonces ¿A qué nos atenemos? Nadie quiere oír ni ver, otros pretenden callar a los valientes periodistas que dan nota de lo que realmente está pasando, pero eso no soluciona nada, al contrario nos hacemos cómplices, permitimos calladamente sufrir esta existencia que nos vuelve locos, cada vez que voy en la camioneta veo mis centinelas laterales, voy alerta como si yo fuera la siguiente víctima, no sé si a ti te pasa lo mismo, qué fregados me pueden quitar a mí con este miserable sueldo, suele ser mi risa ahora tan diferente, con cierto nerviosismo, me rio despacio para no irritar a alguna persona, ya no toco el claxon, ni por precaución de impedir algún accidente, llego a la casa y parece que estamos prisioneros, si salen mis hijos a cada rato les marca su mamá, se reportan seguido, nos han mutilado, vamos incompletos, sin brazos, sin piernas, inseguros ¿hasta cuándo completaremos este rompecabezas? Quizás ya sólo queda aguantar un poco más, tú tranquilo Antolín, ánimo, hay que cuidarse, que no nos maten los sueños para seguirnos viendo con integridad, No terminó de decir eso cuando le entregaron el itinerario de la semana, la próxima ruta sería a Chilapa, a donde nadie quería ir, pues era otra ciudad rehén de la violencia organizada, la secretaria al entregarle la orden al señor Chautla, se le quedó viendo con empatía y al nombrar la ciudad lo hizo con una suavidad queriendo quitarle toda la basura, la suciedad, lo manchado que implicaba, esa sola palabra generó un torbellino emocional en Antolín: la primera imagen que le llegó fue del pan, de chalupas y tostadas, pensó en los granos suaves de un pozole bien caliente y su guisado, escuchó las campanadas, el susurro característico del chilapeño amable, extrañado sonrió, por primera vez pensaba optimistamente, todo el camino de vuelta surgió en su memoria los sabores de la cocina chilapeña y disfrutaba, tarareaba: laira rara, lira, laira, lara, lira, lira, laira. (“en un valle de esmeraldas sembrado de limas reinas”). Recordó esa canción que le cantó su madre en tantas ocasiones de pequeño, el título de un mexicano más, de Juan Sánchez Andraka, que leyó alguna vez entre las tareas de la Secundaria, visualizó los árboles, los sembradíos, se le aparecieron las máscaras de tigre, las artesanías de palma, las ollas de barro, los tamales de dulce y la nieve de leche. Se emocionó tanto, sentirse en paz con sus estructuras culturales que, un impulso natural le hacía cantar, cantaba como en su infancia y sus padres tocaban con sus abuelos la guitarra. Chilapa, le vino como parte de un repertorio que hacía mucho tiempo no usaba y no recordaba el nombre del autor, lo sabía se dijo, es de… esa duda en esa curva que se sostenía como una frase recurrente, le advirtieron algo porque frenó con cierta imprudencia, se orilló al ver las luces de las numerosas patrullas que más adelante interrumpían el paso. Se hizo una larga fila para continuar y no había avance, la gente se bajó de sus vehículos, comenzaron a indagar sobre qué pasaba, alguien dijo rafaguearon a unos, Antolín escuchó pero traía algo más dándole vueltas, vio a un señor de cierta edad avecindado del lugar ¿Qué pasó amigo? No sé, ¿Es usted de aquí? No, de Chilapa, dijo cortante, oiga usted sí ha de saber… de inmediato le respondió: ¡váyase al carajo! ¡Yo no sé nada! El chilapeño molesto con su característico sonsonete argumentó: no más faltaba que nosotros tuviéramos para comprar esos armamentos y siquiera saber disparar. -no señor no se moleste, oiga, yo no lo acuso de nada es una pregunta muy diferente ¿sabe usted quién escribió la canción de Chilapa? Y le tarareó, Se rio con la más fresca sonrisa infantil a pesar de su avanzada edad, ahora cortésmente dijo: Oye estás viendo lo que está ahí adelante y tú llegas soltándote con tu pregunta, ya no sabemos quién anda en líos, pero, esa canción la escribió mi paisano, Pancho Padilla. Yo conocí a “Cuas”, aliviado continuó diciendo: pensé que me quería joder oiga. Fue lo último que dijo y se dirigió hacia el sembradío a continuar con su jornada. Antolín esperó por al menos cuatro horas con su mente centrada, pensando en su nueva ruta y en quién era “Cuas”. La letra completa de Chilapa lo acompañó de regreso a su domicilio. En su retorno cantaba, quizás resignado que no hay manera de encontrar solución a tanta violencia y sus consecuencias o con cierta esperanza, pues siempre hay gente que ayuda y te sacan de algún apuro. “Le pido a la virgen linda que te proteja, que te cuide y te bendiga”. Laira rara, lira, laira, lara, lira, lira, laira.
¿Y eso? le preguntó su mujer entre melodiosos ademanes ¿por qué tan contento? Me mandan a Chilapa, la próxima semana, ella cambió el tono de voz y enfáticamente dijo: Antolín Chautla, ¡tú no vas solo, me voy contigo! Se miraron como si fuera la última vez que se veían, se abrazaron, en sus besos dieron cuenta del aroma a limas reinas que refrescaba la habitación.
Él, sereno dijo a su mujer: si he de morir que sea en mi tierra, ¡pero bien comido! Los dos rieron conjurando sus temores, era una risa que contagiaba, una risa con brisa de colores que logró cosechar un suspiro de la muerte.