Manifiesto Cursiente
Manifiesto del Corazón Latiendo: Principios Creativos de Fernando Galeana Padilla
Preámbulo: El Latir del Corazón como Origen
Este manifiesto no busca definir, clasificar ni etiquetar. Nace de una necesidad más profunda: la de hacer latir el corazón con la fuerza de las palabras. Es un intento de articular la filosofía de vida y creación que emana de la obra de Fernando Galeana Padilla (GAPFER), una poética donde cada texto es una oportunidad para la vibración, un espacio de valor local y profundo sentido universal.
Declaramos que la creación no es un mero acto intelectual, sino un pulso vital que nos recorre. La obra es, en palabras de su autor, un “puente entre el corazón y el pensamiento”, un vehículo para el espíritu creativo y una oportunidad para liberar al ser humano. Esta filosofía no es dogma, sino una boya que apenas indica una profundidad posible en el océano inmenso de las letras, un faro que nos guía hacia un puerto donde las palabras son olas que llegan refrescando el alma.
A ti, que buscas con los brazos abiertos de tu inquietud humana, te decimos:
Abre tus ojos, tu corazón y late con la fuerza de tu imaginación poética.
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I. Declaramos la Naturaleza como Espejo y Sabiduría
En la poética de Fernando Galeana Padilla, la naturaleza no es telón de fondo, sino interlocutor. Es entidad viva que nos espejea, nos sana y nos dicta una sabiduría de raíces y mareas. Sus poemas declaran una simbiosis en la que el paisaje refleja y amplifica los estados espirituales del ser.
Nos convertimos en parte del paisaje que habitamos. Nos declaramos “planta” de cuya desnudez brotan hojas; nos sentimos “planeta” conectado con la tierra, el mar y el cielo. Nos hacemos “selva” cuando la autenticidad nos desborda. En la invitación “Abrázame árbol”, declaramos que en la corteza de un árbol se aprende la paciencia y se vacían las dudas, permitiendo que sus raíces se conecten con nuestra conciencia.
Proclamamos el poder sanador del entorno. El “oleaje” del mar se revela como una lúdica manera de expresar amor, sus “acuáticas formas sanadoras” acarician las huellas de nuestros tropiezos. En la playa, declaramos, “se acuesta la prisa” y descansan las jornadas para vencer las “desmesuradas ambiciones”. Al visitar un jardín, aprendemos a “dejar la cámara a propósito” para bañarnos en el amor de la naturaleza, un espacio donde hasta una iguana “coqueta” se acerca, “se ríe”, y tras compartir mangos y una charla sabia, “se va tambaleándose”.
En la sabiduría del mundo natural encontramos la clave para habitar la existencia: en la quietud de un árbol o en el ritmo del mar, aprendemos a encontrar la profundidad en los momentos más simples de la vida.
II. Declaramos lo Cotidiano como Territorio Sagrado
Revalorizar lo ordinario es un acto de rebeldía y autoconciencia en un mundo que nos empuja hacia lo espectacular y lo efímero. La filosofía de GAPFER transforma la rutina en un ritual sagrado y los momentos simples en una celebración consciente. Es un llamado a encontrar la profundidad y la belleza en el aquí y el ahora.
Declaramos el mandato de romper el hielo de nuestras limitaciones. Como proclama el poema “AMERITA”, es necesario, de vez en cuando, “agitar las banderas”, “desrutinarse”, “caminar cantando” y hasta “vestir ridículo ocasionalmente”. Son actos de liberación contra las reglas sociales y propias que nos saturan. Es el derecho a “comer lo que se antoje, sin remordimientos”, una insurrección del placer contra la norma.
Proclamamos la belleza de los instantes, la celebración del propio valor. Declaramos que cada día puede ser uno en el que “mereces una buena mordida”, un momento para detenerse y saborear lo conquistado. Es un acto de autoafirmación tras la lucha constante, un triunfo sobre las “amarguras” que nos ofrece el esplendor de un universo personal. Y en la misma medida, celebramos la quietud de la rutina, el instante en que la lectura y el café se bastan a sí mismos, disuadiendo al “lector ingenuo en espera de algo asombroso” para revelar la profunda belleza de lo que simplemente es.
Esta celebración de lo simple encuentra su vehículo más poderoso en el lenguaje, la herramienta con la que nombramos y damos forma a nuestra realidad.
III. Declaramos la Palabra como Acto de Creación y Libertad
El acto de escribir no es un ejercicio literario, sino una herramienta fundamental para el autoconocimiento, la definición de la propia existencia y la conexión con el otro. Es un ritual personal, una forma de nombrar lo inefable y de rebelarse contra el silencio.
Proclamamos el poder de la palabra para nombrar la experiencia y darle forma. Neologismos como “Cléspiro” —esa desbordante sensación de vida que transforma la rutina— o “Cursiente” —la fusión exacta entre ser cursi y consciente— demuestran que “de la experiencia la que habla, cuando surge, se define”. La poesía se convierte así en un “atrevido acto creativo surgido como imagen de rebeldía”.
Definimos la escritura como un acto de introspección donde se establece una “conexión momentánea y misteriosa” con el lector. Es un diálogo íntimo que trasciende la distancia, una ofrenda que reafirma la vocación de la poesía: ser, como ya declaramos, ese puente vital entre el corazón y el pensamiento. El texto se convierte en un espacio donde el espíritu creativo se libera y nos permite integrarnos plenamente.
Este acto individual de creación se transforma en un pilar de fortaleza, un refugio que nos permite enfrentar la adversidad y la devastación del mundo exterior.
IV. Declaramos la Resiliencia ante la Devastación y la Esperanza en el Abrazo
La filosofía de GAPFER no evade el dolor ni la crítica social. Por el contrario, se ancla en la capacidad humana para confrontar la devastación, la pérdida y el caos, encontrando refugio y fuerza en la comunidad, la solidaridad y el abrazo mutuo.
Declaramos nuestro rechazo a una sociedad que avanza destruyendo. Llega el momento de la “renuncia” a una “mayoría destructiva, provocadora de caos”. Denunciamos cómo las “manchas urbanas se apoderan de los escenarios arbolados, construyen destruyendo” y cómo la ambición explota a los más vulnerables.
Ante la catástrofe, declaramos que la solidaridad es la respuesta primordial. Cuando el viento se lleva todo, son los brazos los que responden: “Los brazos cruzan calles, se juntan en la devastada ciudad y puerto, limpian sus casas, apoyan en sus trabajos”. En medio de los escombros, el sudor solidario se convierte en la fuerza que reconstruye.
Y cuando el mundo exterior se desmorona, proclamamos que el refugio último está en nuestro interior. Con fuerza declaramos:
El corazón es el rincón donde nos refugiamos.
Afirmamos que incluso en la desgracia es posible reír, y que el dolor, cuando se comparte, se transforma: “el llanto costeño se hace mar”.
Estos principios nos elevan hacia una declaración final sobre cómo habitar el mundo, cómo ser en él y cómo transformarlo desde nuestro interior.
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Declaración Final: Ser el Maravilloso Mundo
Por tanto, declaramos nuestro compromiso final: ser ese “maravilloso mundo que no deje de asombrarnos y cobijarnos”. Viviremos esta verdad despojándonos del ego, pues “me sacudí el ego tirando la ropa”, y afinando el oído a la voz interior que nos exige escucharnos “no en lo simple ni en lo complejo”. Nos reconoceremos en los otros, porque “no hay aroma más desagradable que tu egoísmo”, y abrazaremos nuestra más alta vocación: la de abrazarnos en la responsabilidad de “compartir con los demás: el optimismo de la existencia”.
GAPFER
