CUENTO

COMO SI LA BRUJERÍA EXISTIERA. (Cuento)

Comenzaré diciendo que los saludos cuentan más allá de una costumbre,

esto lo aprendí de una dama, le apodaban la bruja.

Nunca me atreví a gritarle, no sé si por miedo a las consecuencias

o a que en el fondo nunca había observado actitud alguna que fuera reprochable.

Un día se me acercó teresa, su voz era un algodoncito,

sólo alguien escuché antes con ese timbre de voz, mi madre.

El cumpleaños diez, del cual tengo ingratos recuerdos.

Se relaciona con la muerte de mamá, Teresita me recuerda a ella.

Oírla desde que nos conocimos es embelesarme,

no fue hasta que le dije sobre mi callada forma de estar con ella,

que dejó de decirme mono sílabo.

Nos reímos en la suspensión del tiempo,

las risas eran la habitación de ambiente único.

A veces, Teresa también lloraba, yo me recriminaba porque disfrutaba ver como sus ojos

tomaban una tonalidad diferente. Me extraviaba observándola,

me surgían preguntas absurdas que al compartírselas se molestaba,

como cuando le inquirí: ¿Por qué las niñas bonitas lloran?

Terminé de decirlo, para mi sorpresa, cuando las huellas quedaron plasmadas como una llamada de atención.

Recorrí sus pisadas y en el camino venía en mi dirección su tía Eduwiges,

como siempre me saludó y la saludé, no hubo más palabras de nosotros que un hola.

 

Lo que siguieron fueron gritos, bruja, hechízame no me das miedo,

súbete a tu escoba, brujito zoquete, mejor ya vete.

Me siguieron gritando, cada vez con más fuerza. Corría fuera del alcance de esas voces,

cuando llegué a casa mi padre preguntó por qué la prisa, le reclamé que él nunca veía ni oía nada.

Lo peor, me dolió lo que dijo: A ti ya te embrujaron. Sonreí mirándolo irónicamente,

con las mismas lágrimas que guardé de teresita.

Los días me desconocieron, un paisaje al fondo desplazaba nubes tristes,

llovió mucho: Mañana, tarde, noche.

Papá me fue a ver y cerré más los ojos, sentado junto a mi cama, me dio un beso y sus disculpas.

Yo también la extraño hijo, mucho.

Desperté con un sol abrazador, brinqué, brinque, hasta joder la cama,

coloqué unos tabiques para enderezarla y salí a disfrutar de un fin de semana diferente.

Fui a buscar a Teresita, a escondidas de los grandes ojos, de todos los burlones.

Su tía me abrió la puerta, seria, muy seria, dijo ya no vengas por un tiempo.

Cerró la puerta, no pude irme, seguí perplejo esperando una respuesta.

El sol se fue, dejó un cielo atormentado. En casa veía sin ver nada,

la ventana parecía extensión de mi tristeza.

A veces piensa uno que todo conspira al mismo tiempo como si la brujería existiera,

como si la gente más ingente tuviera razón en su ignorancia.

En esas olas de nubes que asume el pensamiento, vi los colibríes gigantes,

entró primero uno, apenas cupo en la ventana, después el otro.

Exploraban, quedé como juego de estatuas de marfil, poco a poco me fui moviendo,

me senté a observarlos, era ella, si, somos nosotros, me dije y desaparecieron.

Un tremendo sueño se apoderó en ese instante. Al despertar el escenario fue pregunta:

¿cómo llegué al hospital? mi padre, teresita, su tía parecían salidos de una obra de arte antigua.

Papá me contó lo de un mosquito que había causado serias dificultades en la salud del pueblo,

tú vas a recuperarte hijo, los doctores te han curado.

Teresita me contó después sobre el mote de su tía: la gente la culpa por la muerte de mi primo,

él no pudo curarse, al parecer tenía lo mismo que tuvimos nosotros,

en ese entonces no se sabía de tal enfermedad, ni de cura alguna, los médicos lo desahuciaron.

Tía Eduwiges, buscó e hizo todo lo que pudo para que no muriera. Ella no se ha perdonado,

el pueblo tampoco, se culpó y la culparon, casi todos arremetieron contra ella.

Pero si no tuvo culpa alguna, dije. Sí, pero lo acepta como una especie de auto castigo,

me duele y no sé que más hacer, me gusta cuando hablan con tu papá, se ven como enamorados,

es con el único que se entiende, con los demás solo lo necesario.

Entonces me dijo algo que me golpeó en la cabeza:¿Por qué no se casan?

 

Las nubes que eran grises se cambiaron, usaban atuendos, desfilaban, llenas de colores.

Teresita y yo reíamos, nos columpiábamos, los cuerpecitos dejaron las quejas, sus dolores,

sus manchas y sus rojos ojos.

Éramos dos colibríes descubriendo el mundo juntos.

Dicen que de poeta y loco tenemos un poco, yo animado en mi locura, gusto de escribir desde hace algún tiempo. Ahora mismo comparto contigo en este espacio que nos junta con el mundo, la amorosa reflexión en esta obra sencilla, en la que encontrarás la profundidad de un corazón latiendo en la creativa escritura que emana como sonrisas festivas. Te agradezco por visitar las veces que desees esta boya que indica algo en el océano inmenso de las letras, como la cercanía a un Puerto de poetas donde las palabras son las olas que llegan refrescando el alma. Yo soy a lo corto y a la distancia solo un puente entre el corazón y el pensamiento que hacen de el espíritu creativo la oportunidad para liberar al ser humano e integrarse plenamente. Te abrazo fuertemente por ser ese buscador que encuentra y llega tocando con los brazos abiertos de su inquietud humana. GAPFER.