UN OCÉANO.
UN OCÉANO. POR FERNANDO GALEANA PADILLA. Conforme lo escuchabas te ibas sorprendiendo, era inaudito que algo así sucediera, la oralidad tiene la ventaja de preguntar al interlocutor, de observar sus ademanes, sus gestos, su mirada hipnótica. Tenías tiempo de no encontrar alguien sin ser un profesor, escritor o algo parecido con un histrionismo auténtico. Jurarías haberte encontrado un alma tan vieja como las historias narradas en los más célebres clásicos. Su maestría, la perfección de cada frase, sus pausas, sus labios mojados por su entusiasmo, la imagen misma del disfrute encarnado en su personal conversación. Tendrías que haber notado inmediatamente que era “un garbanzo de a libra”. Viejos sabios no caminan por estos rumbos, te salió esta modesta frase regodeándose por tu cabeza encantada, estimulada por la palabra escuchada. El agua somos, no cual elemento químico académico, tampoco esa necesidad obligada de mantenerte con vida, el agua ante todo es generosidad te dijo, nunca da a cambio de algo, esa es su esencia, su enseñanza. Fluye contigo, donde está hay abundancia, tú me ves en este momento secándome, mi piel árida, mis huesos porosos, así ven a los ancianos los demás, como un pozo de agua inservible. No te atreves a contrariar, decirle que te conmueve, que estás apretando los dientes y cerrando las válvulas para que no haya goteras en tus ojos. Te abraza y tú sigues escuchando en una experiencia sin antecedentes en tu registro memorable. Uno nace como gota de agua, frágil, se seca sino llegan otras gotas y lo refrescan, así aprendiendo, te das cuenta que eres una creciente, sientes el poder, esa energía que ha dejado de ser arroyo y las salicarias son tus fieles testigos. Has de saber que suelo quejarme, es un sistema apto para desenfadarse inteligentemente. No entenderlo como salida fácil, lugar común de la edad o las experiencias del fracaso acumuladas, sino como esa famosa ley de la unidad y lucha de contrarios, tiene una profunda huella, te impacta, hace un acercamiento al entendimiento universal. Tendrás unos cincuenta años, al menos eso parece, al oír eso te sacudes casi un reflejo de tu expresión descubierta, sí, confirmas y continúa diciendo: El agua sufre sus transformaciones igualmente la vida por eso se le liga continuamente, es la metáfora circulando en cada cultura en sus distintas estructuras. Respiras pensando sin causar incomodidad, espacio de un tiempo que tu atención se ha mantenido sobresalientemente, escuchas y sigues observando, queriendo aprender esa manera de decir algo. Sientes el abrazo, la luz que queda pintándote el paisaje, el aroma del abuelo surgido en el recuerdo, el cantar de las aves que señalan una experiencia maravillosa, la brisa de sabiduría bañándose en el rostro gratamente sorprendido. Una cordial y afectuosa reverencia enmarcando tu sonrisa se impulsa abriendo el camino por donde antes no habríamos llegado. El cuerpo del abuelo abarca toda una vida, la ves en su forma extensa, la sientes como te moja, una ola fabulosa, inmensa, es un océano y al mismo tiempo esas lagrimas versátiles que van resbalándote como certeza de la transformación de la materia, la herencia de los genes, la hechura de las palabras moviéndose constantemente, creciendo, generando sonidos, expresiones infinitas y significado. Tal vez ahora entiendes mientras navegas en estas emociones que intensamente fluyen con tu imaginación al ver el cuadro, esa antigua foto que ha acompañado a la familia en tantas conversaciones y a quien tú conociste a través de la mirada azul encanto de la abuela, de los recuerdos vivos que habitaron en su corazón enamorado, lleno de historias que contaba al arribar al anecdotario en ese puerto de cuentos donde se juntan todas las gotas del mar profundo. Te han dicho en esas voces ancestrales que en el mirar de los costeños, en sus cuerpos de palmeras, en sus rostros de Sol, sonríe la frescura de un agua de coco que agrada a la sed de los afectos.